[Relato] Saga del Lobo Gris (Preludio)

[Relato] Saga del Lobo Gris (Preludio)

in Creaciones de la comunidad

Posted by: Vanargand.3412

Vanargand.3412

¡Hola a todos!

Tras haber jugado unas semanas al Guild Wars 2 empapándome del trasfondo del juego, me he animado a escribir un relato acerca de mi personaje: Vanargand Lobogrís.

Como buen escaldo norn, es un fanfarrón y le encanta darse ínfulas hablando de sus proezas: de su legendaria labia, de su inteligencia afilada y de sus poderosos músculos.

Os dejo con la historia a continuación y os animo a seguir mi incursión literaria por Tyria desde el blog de mi clan (en fundación): refugiolobato.blogspot.com.es


El Canto del Lobo Gris

Vaga el lobo por el yermo
en su caza solitaria;
por el cielo vuela el cuervo
en la meseta esteparia.

Se oye el ruido de una sierpe,
lejos mora el enemigo.
Lo enfrenta con garra y diente;
no espera hospicio ni abrigo.

Solo le queda al penante
una amiga solidaria:
la luna en fase ascendente
con su luz de luminaria.

¡Ay, mi lobo solitario,
tu maltrecho pecho anhela
el calor de alguna hoguera
del viajero hospitalario!

Persevera, buen amigo,
pues te aguarda tu porvenir;
hallarás en el camino
tu motivo para vivir.


Preludio

Durante años me he preguntado cómo dar inicio a mi propia saga.

A muchos esta duda les parecerá una trivialidad, pero como todo escaldo de aquí a las Picoescalofriantes sabe: un buen principio es esencial para sentar los pilares de una historia. Los relatos son como los edificios, ¿sabéis? No basta con apilar un montón de anécmininas deslavazadas y de embellecerlas con una prosa grandilocuente para que el relato se sostenga; ¡cualquiera en este oficio puede encandilar a la hija del posadero! Creedme: para lo único que os servirá esa estrategia es para obtener la atención de las damas que han bebido más de la cuenta a fin de olvidar los sinsabores de sus vidas.

No, esa no es mi aspiración.

Yo quiero construir algo que perdure: algo que sobreviva aún cuando los lazos de sangre se hayan debilitado y diluido a través del tiempo. Quiero alcanzar la inmortalidad, tanto por mis dotes como artista como por mis hazañas de aventurero.

Un dicho popular humano afirma que la muerte es lo único definitivo en esta vida. ¡Yo lo refuto! En una tierra donde hasta los muertos regresan de ultratumba, ni siquiera la muerte es definitiva. ¡El Olvido! ¡El Olvido es el mayor enemigo de todo gran héroe! ¿Qué significado tiene tu muerte si nadie recuerda tu vida? Cuando tu parentela se haya ido, cuando tus amigos hayan desterrado tu recuerdo a la intemperie del más crudo de los inviernos en las postrimerías de su vida, ¿qué sentido habrá tenido todo?

Nada ni nadie es inexorable, eterno e inmune a los estragos del tiempo: las estaciones cambian e incluso las sagas más épicas pasan de moda y se pierden bajo un montón de pergaminos roídos por los gorgojos y deshechos por la humedad de un frío túmulo.

Yo voy a cambiar eso.

Si algo está mininado de una facultad exclusiva para prevalecer por encima de lo demás, para salvarse de las cenizas y del polvo, del fuego y la escarcha, de la ignorancia del hombre común y de las artimañas de los eruditos, eso es la palabra escrita. Las voces decaen, su textura enronquece y se quiebra, enmudecen y expiran con la edad; sin embargo, un vestigio de ellas perdura en los escritos. Las runas de nuestros antepasados norn, atemporales como las Lejanas Picoescalofriantes, dan testigo de nuestros méritos, de nuestros orígenes y de nuestro destino labrado en la piedra. Son palabras de poder, conjuradas tiempo atrás, que rezan la esencia misma de nuestra identidad: el amor por la naturaleza, el alzamiento de nuestros héroes y la celebración de la vida en todo su esplendor. Incluso este idioma común de signos alfabéticos que estoy empleando encierra en sus toscos trazos la intención primaria que lo engendró: servir como un conducto con el que afianzar la armonía en Tyria (al menos, en teoría).

Es de importancia capital que entiendas este punto ahora, ya que en él se sustenta mi leyenda de un modo que de momento ni en toda tu lucidez serías capaz de concebir.

Por eso, escúchame bien, pues no soy un norn avaricioso y quiero compartir contigo el secreto de la inmortalidad: la clave de una buena narración reside en sus cimientos. Escribir y componer es, a menudo, como construir. ¿Alguna vez has forjado un arma? ¿Has cocinado un guiso? ¿Has curtido el pellejo de un animal que tú mismo habías cazado? Bien. Pues esto es parecido: en primer lugar hace falta un diseño. Una idea. Como un arquitecto, debes trazar los planos de la estructura que piensas edificar.

Obviamente, esto no es un proceso fácil: necesitas formarte con otros profesionales, escucharlos y atender a sus lecciones para estar preparado cuando te llegue la hora. Tus primeras obras, lo que yo cariñosamente llamo «los ripios del novato», no dejarán de ser sino burdas imitaciones de las leyendas que te inspiraron cuando eras joven. Tratarás de emularlas, porque eso es todo lo que conoces. Y no te lleves a engaño: antes de recorrer tu propio camino debes saberte al dedillo las historias de aquellos que te precedieron. ¡Todas las que puedas memorizar! No hay excusas ni límites para la cantidad de cuentos que un hombre puede llegar a conocer, salvo los que tú mismo por tu desidia, por tu falta de persistencia o por tu falta de fe en ti mismo te impongas.

En primer lugar, conságrate al Lobo: le dará carisma a tu discurso y te permitirá integrarte y destacar entre tus semejantes; para un escaldo, conocer la naturaleza de sus iguales es primordial, y ahí el Lobo puede brindarte pistas muy útiles. Luego, conságrate al Cuervo: es sabio y te ayudará a entender los mecanismos retóricos, las pautas y las triquiñuelas que empezarás a vislumbrar en tu aprendizaje. No hablo de juego sucio aquí, sino más bien de trucos de memorización, de las reglas de la métrica y de un sinfín de acordes que debes saber percutir sin titubear si lo que quieres es ofrecer una actuación espectacular frente a tu audiencia. Si solo piensas cantar en cantinas mohosas, con el suelo embarrado y lleno de orina de perro, entonces llama a la Osa y pídele unos bíceps de piedra, porque para defender tu título solo necesitarás dar un puñetazo en la mesa y soltar un bramido contra tu opositor. Pero si lo que deseas, como yo, es tocar en los grandes salones de Hoelbrak e inundar el aire con tu música, con ritmos que rememoren el estallido de los truenos y el tintineo de la lluvia, entonces deberás esforzarte y aprender a hablar de corrido, sin tartamudear, sin vacilar, y a subsanar rápida y astutamente cualquier error que cometas en tu prosa.

A estas alturas seguramente te preguntarás: ¿qué tiene que ver esto con los pilares de una narración? La respuesta es simple: todo. ¿Y bien? ¿Te han visitado los espíritus de la naturaleza en sueños y te han susurrado una idea fabulosa? ¡Aférrate a ella! Probablemente no logres ejecutarla a la altura de tus expectativas al primer intento, pero eso no importa. Ahora que tienes una partitura, debes procurarte los materiales indispensables para elaborar tu talento y refinarlo; debes fabricar tu leyenda. En la fragua demandan hierro y cobre; en el taller de peletería hacen falta pieles desolladas; así, un buen escaldo practicará tocando y recitando sus historias a un público.

Por eso, insisto una última vez: la base de una historia es fundamental. Es como un edificio, sírvame la analogía: si utilizas material defectuoso, como estrofas que carezcan de lírica o trozos de historia incongruentes con respecto al eje principal del relato, o bien si no has adquirido la suficiente pericia como para ordenar todos los elementos y ponerlos en el lugar indicado siguiendo las instrucciones de tu plano, estás acabado. La historia se desmoronará y tus oyentes, o tus lectores, comenzarán a reparar en los socavones que aqueja la narración. Un cuento es como una carretera, y aunque tenga ramificaciones y desvíos, si te has orientado en la dirección correcta nada más poner el pie fuera de tu casa, te costará mucho menos rectificar en caso de que por algún desafortunado avatar pierdas el rumbo o te descarríes por algún pasaje desconocido que hubieras decidido transitar en un alarde de maestría escáldica.

Ahora, imagínate que todo lo que te he dicho es cierto. ¿Qué harías? Obedecerías ciegamente mis consejos, si fueras un buen discípulo; o los mandarías a la porra de ser uno díscolo. La ventaja de los alumnos aplicados es que cuanto antes se vuelven adeptos en las maneras de su maestro antes pueden superarlas y marcar un nuevo hito. En eso consiste una leyenda después de todo, ¿no es así? Se trata de acometer gestas dignas de ser cantadas para la posteridad, no de repetir una y otra vez las mismas proezas esperando, en vano, cosechar la misma popularidad que el mito original. Por tanto, el mejor de los alumnos se parecerá al peor de todos más de lo que te puedas imaginar. Solo aquellos que destacan, aquellos que innovan con aprovechamiento, son realmente memorables. No lo olvides: en ocasiones el buen alumno y el malo pueden confundirse entre sí, y la culpa no siempre es del aprendiz.

¿A qué viene todo esto? A que, si sientes algo de respeto por mis palabras a partir de lo que has leído, el Lobo así lo quiera, y decides llevar a cabo mis sugerencias, técnicamente deberías sabotearte a ti mismo y hacer lo contrario a lo que yo te diga.

¿Por qué narrar una historia desde el principio? ¿Por qué no contar la larga sucesión de acontecimientos que dio lugar al héroe que tienes frente a ti en un orden inverso? ¿Por qué no hacerlo mediante saltos, del pasado al presente, del presente a un hipotético futuro, y a otras dimensiones conjeturales que solo existen en las obras de ficción? ¿Qué opinas? ¿Acaso cuestionas las bondades de añadir ficción a tu leyenda? Pues deja que te dé otra lección, amigo, una sobre lo que es creíble y lo que no.

La verdad a menudo resulta decepcionante, triste, estéril y tediosa. Todos sabemos que la honrosa viuda del pionero y fundador de tu heredad se acuesta con el viejo herrero, pero si da a luz misteriosamente a un retoño se lo atribuiremos al generoso espíritu de la Osa, matrona por excelencia y celosa protectora de sus cachorros, en vez de al pobre herrero. Tal vez afirmar eso sea usar palabras mayores, pero ¿a que hace de la historia un relato mucho más entretenido? Al menos, en potencia. ¿Y qué dirías si años más tarde ese chaval, tan solo un adolescente imberbe de trece años, gana una competición en su pueblo al hombre más forzudo? ¿Sigue siendo casualidad? Bien. ¿Qué me contestarías si te descubro que, poco después, luchó contra los jotun y logró encabezar una ofensiva que los expulsó de gran parte de las Montañas Picoescalofriantes? ¿Y si te dijera que nuestro héroe hipotético es el mismísimo Knut Osoblanco (lo que a tenor de su preclara ascendencia es imposible, pero válganos como ejemplo de héroe ilustre)?

¿Lo entiendes ahora? ¿Comprendes a qué me refiero cuando aseguro que un toque de irrealidad puede conferirle un aire de heroísmo y de misticismo a una leyenda? Te he contado el relato al derecho, por supuesto, así que habrás desenmascarado pronto mi artificio. Pero figúrate que llego a presentarte la información del revés: te hablo de uno de los ídolos norn más celebrados, Knut Osoblanco, y te voy narrando uno por uno sus méritos desde la actualidad hasta su más tierna infancia, de manera que suenen factibles. ¿A que habrías caído en la trampa? ¿A que se habría rebajado tu escepticismo? Por supuesto, esto funciona mejor con héroes muertos y mejor aún con héroes de tu propia invención. Mas no abuses de este recurso, o pronto alguien averiguará la treta.

Te he contado esto a modo de ejemplo de la influencia benéfica que puede ejercer un barniz de fantasía en tu relato. ¿Cuántas historias te crees que circulan sobre mí? En los Cúmulos de Guaridanieve soy conocido como Lobogrís y se rumorea que cabalgo sobre un lobo fantasmal de tamaño monstruoso y que hago acto de presencia para rescatar a viajeros perdidos, solo porque en una ocasión ayudé a una chiquilla extraviada a volver a la finca de sus padres. Bueno, puede que mi incuestionable aptitud para contar historias y… «realzar la verdad» haya obrado algún efecto en el relato, pero en cualquier caso prefiero que sea así. Quizá hayas oído otras historias, no todas las ha divulgado yo: que de bebé estrangulé a dos sierpes de hielo como si fueran simples sonajeros; que si te miro a los ojos fijamente puedo dejarte lánguido y helarte la sangre para que mi lobo te devore lentamente mientras contemplas horrorizado cómo se da un festín con tus vísceras (esta me encargué personalmente de distribuirla entre los Hijos de Svanir, pero en realidad no fue eso lo que ocurrió); que puedo venderle un tomate pasado a un carnicero en pleno invierno gracias a mi extraordinaria labia (esta sí que es cierta, aunque con algunos matices significativos)…

¿Cuántos de estos chismorreos son auténticamente ciertos? No todos, pero sí unos cuantos. Los suficientes como para generar una duda razonable que impregne de credibilidad al resto. Y con esto, amigo mío, te he desvelado uno de los mayores ardides de un escaldo: para un hombre corriente no hay relato más creíble que aquel que contiene trazas de irrealidad. Vamos, no me leas así: ¡adoramos que los diablillos, los espectros y hasta el propio Jormag aparezcan en las historias de nuestros héroes! ¿Qué es un héroe sino alguien que se ha encarado a lo inverosímil y que ha salido triunfante de la pugna? La ficción nos puede ayudar a mininar de verosimilitud a un relato, pero tan solo en dosis moderadas. ¡Sed prudentes a la hora de administrarla!

Espero que todo esto no os haya provocado un dilema, ¿o sí? Esa es la diferencia crucial entre un escaldo y un historiador: el escaldo cuenta historias, que pueden ser más o menos verosímiles, mientras que un historiador procura hacer un relato veraz. Pensarás que todos los de mi gremio somos unos embusteros. ¡Pues no! Escucha con atención: hasta los mejores historiadores tienen sesgos e intereses políticos. ¿Te has planteado alguna vez quién escribe la historia oficial de los reinos humanos? ¡Efectivamente! ¡Los ganadores! Cientos de disputas, de guerrillas y de rebeliones; ¡el rugir de las voces de los oprimidos silenciado bajo el yugo de un historiador mentiroso!

Miles de vidas olvidadas, millones de causas perdidas y de promesas incumplidas; pasados emborronados en tinta y sometidos a un régimen implacable solo porque alguien decretó que una historia era la verdad absoluta. ¿Tenía razón? No lo sé. Lo bueno de las narraciones de los escaldos es que en ocasiones existen dos, tres, o hasta trece versiones de la misma historia (y si no, pregunta a dos escaldos de diferentes regiones por la saga de Alfeim, a ver si sus argumentos son remotamente parecidos), y cada una probablemente haga hincapié en moralejas sustancialmente distintas. ¿Hay una versión «mejor» que el resto? Eso dependerá del gusto del oyente y de la habilidad del escaldo para persuadir a su público. No olvidemos que gran parte de la notoriedad de un escaldo se debe ya no a su virtuosismo musical, sino a sus dotes actorales (¿o por qué pensáis que todavía se oyen en los tugurios las canciones de Smid el Ronco?).

Hasta la fecha habrás podido sacar poco en claro de quién soy, y es perfectamente comprensible. Antes de empezar a hablar sobre mi pasado, o sobre mi presente siquiera, necesito sentar las bases de la leyenda que estoy a punto de escribir; así que no te pienses que te cuento ambages o que me ando por las ramas. Sé que sonará prepotente, pero siempre he pensado que todo el mundo lleva en su interior una semilla que puede empujarle a perpetrar las acciones más nobles o las más infames. Todos portamos una leyenda en potencia que anida dentro de nosotros, como el Cuervo, y que anhela ser aullada a medianoche, como el espíritu del Lobo, junto al fuego del hogar, en compañía de otros camaradas norn y de extranjeros por igual.

Si eres un lector avispado, como yo supongo que lo eres, (y si no eres un lector sagaz, ¡ponte al día!) ya habrás inferido muchas cosas acerca de mí, y consiénteme que me regodee en la complicidad de nuestro conocimiento compartido: ante todo, soy locuaz, inteligente, y a menudo me he metido en problemas por mi curiosidad imperdonable; soy encantador, un mago de las palabras, y bastante apuesto; aunque, por encima de todo, son de apreciar mi humildad y mi modestia, notables por su ausencia. Soy un fanfarrón, ¡como todos los norn! No obstante, yo soy un fanfarrón con estilo y eso es innegable. Además, algunos me llaman «el gigante amable». No es un epíteto del que me vanaglorie, pero ser un gigante tiene sus ventajas. Como habréis deducido, las competiciones de fuerza o de beber cerveza no están hechas a mi medida. Sé blandir una hoja con destreza, pero ¿qué desafío yace en descuartizar a alguien cuando puedes humillarlo y acordarte de tres docenas de formas imaginativas e injuriosas de sus castas, o incluso rendirlo a tus encantos con un par de palabras?

No soy un hipnotizador: no requiero de abracadabras para encandilar a nadie. Soy guardabosques, mi patrón es el Lobo y mis amigos habitan en el monte: en las copas más altas de los árboles, graznando entre las ramas; en los cubiles de osos y de lobos; en las estepas donde vagan las panteras de las nieves y hasta en las madrigueras de las liebres alpinas. Quizá te preguntes cómo compagino las labores musicales con las de guardabosques. Bueno, no es una tarea fácil, pero tiene su lógica: la primera audiencia que tiene un escaldo siempre resulta ser la más insólita, y digamos que las criaturas de la naturaleza fueron la mía. Con mi música pretendo imitar el gorjeo de los grajos, el chapoteo de las cascadas, la sensación del sol cálido de verano cuando besa tu piel y la brisa gélida de las Lejanas Picoescalofriantes en el momento más atroz del invierno.

La naturaleza es mi inspiración y mi leitmotiv. He aprendido de las bestias tanto como de los hombres, ya fueran norn, sylvari, charr, asura o humanos trotamundos. Me dedico a rescatar viejas narraciones, historias de la época de nuestros tatarabuelos. Las traduzco, si fuera necesario, de cualquiera que sea el dialecto en que estén glosadas; las reinterpreto, las pulo y relleno los huecos, las obstrucciones y los vacíos repentinos; me informo para darles un sentido con el que poder transmitírselas a los demás y para poder aprender, al mismo tiempo, de ellas. Después de todo, no somos más que enanos cabalgando sobre los hombros de gigantes: nuestros predecesores (por más irónico que resulte para un norn hacer este aserto). Si quiero ser un héroe admirable primero debo asimilar las hazañas de mis antepasados: debo conocer su leyenda.

Y he tenido grandiosos referentes a lo largo de mi niñez: mi padre era un cazador que, además, trabajaba en la forja. Era un hombre duro de pelar, impasible y con un temperamento intempestivo y agrio como un zumo de apio. De él heredé la estatura y la soberbia, aunque gracias al Lobo no me prestó ni su alcoholismo ni su amor exacerbado por las competencias violentas. Mi madre, en cambio, era más sutil, pero no por ello carecía de una actitud enérgica y sociable, ni de una bravura elogiable: fue una auténtica seguidora del Lobo hasta el final de sus días. Cuidó infatigablemente de su camada en la situación más espinosa de todas: cuando mi hermano y yo nos quedamos huérfanos y ella viuda. Mi hermano pequeño habría podido convertirse en el hombre que mi padre quiso haber hecho de mí, pues era enorme (aún más que yo a su edad), asaz más robusto y belicoso como un tejón con problemas de insomnio; su destino no debió haber tomado el cariz que tomó. Y por último, mi abuela materna, una chamán de la Pantera de las nieves. Hace años que no recibo noticias de ella. Al fallecer mi abuelo, abandonó al espíritu del Lobo y se aisló del resto del mundo.

Creo que esto es lo que llaman un retrato de familia descompuesto, ¿no te parece? Por ventura, he gozado de modelos de conducta más gloriosos en las raíces de mi árbol genealógico. Los ascendientes de la estirpe de mi madre eran adoradores del Lobo: de su linaje nació el célebre héroe norn conocido como Lobogrís, que luchó con coraje cuando Jormag mandó a sus lacayos a conquistar las Lejanas Picoescalofriantes. Empuño su memoria y su heroísmo para que me infundan valor en mis empresas, y he adoptado su apodo con la esperanza de llegar a estar algún día a la altura de su legado. Aunque él era un soldado y yo soy uno de los pioneros del Priorato de Durmand, confío en que el conocimiento que estoy atesorando me sirva para abanderar su estandarte y alabar su sacrificio haciéndole frente al malvado Jormag y a sus parientes dragontinos.

He tenido varios maestros a lo largo de mi vida: un cuervo de alas negras que me enseñó todo lo que sé sobre ciencia y sobre los misterios de la Niebla; el mundo de lo salvaje también ha sido mi mentor cuando deambulaba perdido y sin rumbo fijo en medio de la vorágine de mi cólera desatada; mi primer amor fue quien implantó en mí la pasión por la música y por la escaldía, y siempre me acuerdo de ella cuando compongo una canción o cuando escucho el viento silbando entre los pinos; además, viajé algún tiempo con un anciano charr retirado de quien aprendí mucho acerca de la verdadera naturaleza de los héroes: de la compasión y de la valentía. Como ves, he estudiado con muchos tutores y todos han grabado en mí una impronta imborrable.

Por supuesto, esto no es más que la punta del iceberg: lo que soy ahora no es sino un pálido reflejo de mí mismo en las aguas de las circunstancias que envolvieron mi crecimiento, mi educación, y que han determinado, en suma, cómo soy y quién soy.

Podría narrártelo de seguido, no sabes cuántas veces he ensayado para hacerlo, mas no lo haré. ¿Serviría de algo que te contase mi leyenda como un abuelo que redacta su biografía en las páginas ajadas de un libro encuadernado en piel podrida y maloliente? No. Voy a hacer que sepas quién soy, pero lo haré en el momento oportuno y de la manera que estime más apropiada para introducirte, ante todo, a una historia magnífica.

Ahora que ya comienzas a conocerme puedes intuir qué voy a hacer y por qué lo voy a hacer. Quizá no te creas todo lo que te voy a revelar sobre mí —francamente, yo tampoco me lo creo a veces—, pero no espero que te lo tragues como un paciente dolyak rumiante. Cuestiónatelo. Busca en mi historia las trazas de certeza, tal y como yo he hecho con una infinitud de héroes del pasado. Si esto es todo lo que queda de mí, no debería importarte que fuera cierto o no que cazase con una manada de lobos en mi juventud, que me convirtiese en Asesino al vencer a una sierpe de escarcha con la única ayuda de un cuerno de caza y una antorcha apagada, que perdonase la vida a la mujer que trató de matarme por un delito que jamás cometí, que un cuervo me extirpase los ojos en un sueño o que viese morir y renacer a mi hermano de sangre.

Si lees esto ahora o cientos de años más tarde, sé que no me recordarás tal y como fui. Recuérdame tal y como ansiaba ser, y tal y como te convencí —o no— de que era.

Mi nombre es Vanargand Lobogrís, y esta es mi historia.

Seguid mi incursión literaria por Tyria desde la voz de Vanargand Lobogrís, el escaldo norn:

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