[Relato] La primera cacería

[Relato] La primera cacería

in Creaciones de la comunidad

Posted by: Arianrhod.5324

Arianrhod.5324

( ¡Hola ^^! Hace unos días que empecé a escribir este relato sobre mi Norn, Skadi Luna de Lobo. Resume la primera cacería individual de este personaje y unos rituales particulares en torno a esta ^^. Pensé que fuese una pequeña introducción al personaje, además de contar una breve historia. Espero que os guste a aquellos que os animéis a leerlo ^^)

La primera cacería (Primera parte)

La primera cacería en solitario marcaba un antes y un después en sus vidas. Era entonces cuando la sociedad te tomaba en consideración, pasabas de ser un niño indefenso a ser un cazador, un miembro más de la orgullosa población de los Norn. Si bien, hay pequeñas diferencias en dicha cacería dependiendo de la familia que la realice; ya sea por fauna, el clima, el lugar o el arma predilecta del linaje en cuestión. La tradición de la cacería en su familia se remontaba varias generaciones atrás y gozaba de algunas particularidades. La superstición heredada por los miembros de la familia de Onna, hija de Orfilia la Hambrienta, alimentaba estas particularidades y se aseguraba de que se siguiesen a rajatabla.

Ninguno de los hijos de la afamada Onna había discutido jamás el porqué o había pretendido sublevarse contra la tradición, pues aunque consideraban que las interpretaciones de su madre en la mayoría de sus casos, podrían tratarse de pura fantasía, no querían ofenderla. Que ella no supiese interpretar las señales no significaba que el resto no pudiese o que estas en sí no existiesen.
La tradición decía que los preparativos se iniciarían cuando el sol estuviese en su plenitud, justo al mediodía. El hogar de la familia en cuestión cerraría las puertas para los visitantes y vecinos, dejando en su interior únicamente a los familiares de línea directa de sangre. La chimenea debía estar encendida y en su interior, se quemaban leños de abeto y algunas piñas, impregnando el aire de un olor pesado y terroso. Se decía que esto ayudaba al cazador a adaptar los sentidos antes de la partida, además de evitar el frio o entumecimiento de los miembros mientras la actual cabeza de familia femenina pintaba con minuciosidad al mismo.

Se utilizaba un cubo lleno de sangre fresca de venado. Este animal era uno de los más frecuentemente cazados en el evento. De algún modo, llevar la sangre impregnada en la piel, ya te hacía victorioso, auguraba el final de la ocasión.
La preparación llevaba horas y el engalanamiento era una de las esperas más tediosas. No eran dibujos cualesquiera o nudos improvisados; se pintaba una réplica exacta de los tatuajes que había tenido de manera permanente su tatarabuelo: Goi Aullido perpetuo .
Fue él quien inicio aquella serie de rituales. En su primera cacería y dejándose llevar por un torrente de emoción, que luego adjudicaría al espíritu del lobo, se había pintado el cuerpo con la sangre del ciervo. Cuando regresó a su hogar no lo hizo con un trozo de su carne, si no con el cuerpo entero a cuestas sobre sus fornidos hombros. Goi fue un gran hombre y no solo se cubrió con la gloria proveniente de proezas y cacerías; si no que una vez llegada la amenaza del dragón y aunque por entonces, ya había dejado atrás su juventud hacia décadas, protegió a los suyos con verdadera devoción y furia.

Los tatuajes en sangre se repetían una y otra vez sobre los cuerpos de sus descendientes. Onna era la primera vez que pintaba a una mujer, a su hija.
Luego, en la cena de celebración, esta dijo que Skadi no había murmurado ni una sola palabra o queja, que se había mantenido desnuda frente a la chimenea sin pestañear mientras ella la embadurnaba con la sangre y le abrochaba las pieles ceremoniales, más toscas y rústicas que las que habitualmente se utilizaban.
Su hija había heredado el cabello cobrizo, con los tonos del rojo intenso propio de las fogatas y que había permanecido en su familia desde los tiempos de Goi. Rizado, fuerte y espeso, caía sobre sus hombros y se enredaba a sus espaldas. Decían que incluso los hombres de su legado heredaban aquel llamativo tinte y que era signo de su grandeza y pasión por la caza. Si era cierto o no, Onna no lo sabía, solo su primogénito y Skadi, lo habían heredado.

Ninguna de sus dos líneas de sangre parentales habían gozado de una altura significativa entre los suyos, siendo más bien, fuertes y resistentes, haciendo gala de músculos bien definidos y torsos generosos. La cazadora a prueba, no obstante, era inusualmente bajita. No llegaba al cuello a ninguno de sus tres hermanos y dudaba que fuese a crecer más. Se sentía preocupada, pues aunque no osaba dudar de su calidad como cazadora, cualquiera podría subestimarla; un buen porte te ahorraba muchos problemas y Skadi no lo tenía.
Estaba lista, ningún cazador estaba preparado para su gran día sin antes haber pasado años de entrenamiento y correrías en grupo. Sus extremidades hablaban por si mismas, esbeltas pero firmes. Tenía las rodillas con algunas cicatrices profundas de años pasados y las piernas torneadas, definidas, aptas para correr entre la espesura del bosque.
Sus hijos le habían dicho que era más rápida que cualquiera de ellos, que cuando quería esconderse, nadie podría divisarla; pues parecía fundirse con los árboles y la naturaleza salvaje con una maestría sin igual.
Onna le apretó los pechos con una larga y tosca tira de cuero. Le dio varias vueltas a su torso hasta que no quedo más y entonces anudó. Generosa de busco y caderas, la madre se sintió orgullosa de su herencia, pues perduraría; era improbable que Skadi muriese en un parto. La joven cerró y abrió varias veces los puños y se giró para comprobar la movilidad de su atuendo después de varias horas sin mover un músculo.

De la chimenea ya solo quedaban ennegrecidos restos de la madera cuando la madre empezó a perfilar el rostro de su hija con una varilla de pino, mojándola en los restos de la sangre. Tenía el rostro en forma de corazón y las facciones delicadas, finas y con aire de perpetua juventud que incluso años posteriores, no se desvanecería. Sus labios eran generosos pero estaban agrietados por el frio, a veces le sangraban. Onna tenía unos profundos ojos castaños, del color de la miel. Toda su familia los había tenido del mismo color y era una seña de identidad propia. Se decía que eran ojos anclados en la tierra para comprenderla mejor.
Pero Skadi había adquirido de su padre y la familia de este, unos ojos verdes tan pálidos que en ocasiones parecían grises. Estaban enmarcados con espesas pestañas y no gozaban del brillo que tenían miradas tan jóvenes; pues esta siempre parecía evaluar todo con una calma indescriptible, con una seriedad gélida que a veces hacía preguntarse a los suyos si alguna vez había sido niña. Pero la cazadora explotaba en ira con una frecuencia asombrosa y teñía su mirada con el ardor del fuego, con el ímpetu de su cólera o la pasión exacerbada. Era el día o la noche, el hielo o el fuego, su hija no era equilibrada, si no tenaz, radical y vehemente.

Sería el cazador que justo antes de ella habría pasado por la prueba, el que le otorgaría la piel del lobo. Su hermano, tres años mayor que ella, entró en la estancia ya pobremente iluminada y la contempló con orgullo y nostalgia, sabedor de que no volvería a ver a la pequeña revoltosa de la misma manera, si no como a una cazadora más, una mujer adulta.
Cuando posó la espesa piel por los hombros de esta, recordó el día en que su hermano había hecho lo mismo con él. Recordaba como el corazón se le salía del pecho y como le parecía que la sangre abrasaba la piel por la emoción.
La primera vez que de pequeño alcanzó, en una de sus travesuras, a ver la capa, le había preocupado. Corrió a su padre con la intención de acusar aquella crueldad: alguien había asesinado a un lobo para hacerse con su piel y vivía en su propia casa.
Hildolfr le explicó con paciencia y un toque de humor que aquella piel, era el pelaje del compañero de su tatarabuelo. Nadie lo había matado, si no que una vez muerto el lobo en batalla, el mismo hizo que lo desollasen y llevó la piel de este en sus últimas hazañas en señal de agradecimiento y respeto.
La piel había permanecido décadas en su familia y estaban muy orgullosos de haber podido salvarla tras su viaje al sur. Cuando el hermano salió bruscamente de sus pensamientos, vio ante el a su hermana con la cabeza del lobo tapando la suya propia y sus ojos perceptivos e inquietos inspeccionándole, preguntándole en silencio si todo aquello saldría bien.
El primogénito le daría las armas que previamente ella había tallado: lanza y arco. Ambos de una calidad cuestionable y adornados con plumas y huesos, demasiado ostentosos para la caza rutinaria pero perfectos para la gran cacería.

Cuando Skadi salió de su hogar. El sol ya se escondía entre las altas montañas y pintaba la nieve con tonos anaranjados, era justo tal como mandaba la tradición. Otras cacerías se llevaban a cabo durante el día pero la suya debía empezar justo en el ocaso, tránsito entre el día y la noche, señal de un ciclo eterno, pues iba a comenzar su leyenda, también eterna.
Ocho hogueras en paralelo estaban encendidas a las afueras de su hogar y formaban un camino hacia el bosque. Ella no lo recuerda con exactitud, pero allí estaban no solo sus parientes, si no también, algunos antiguos refugiados curiosos. Su familia ofrecería cerveza, hidromiel y carne a todo aquel que quisiese morar en su hogar durante la noche del acontecimiento, era estricto deber. Así pues, además de verdaderos interesados y curiosos, Skadi pensó después que también habría muchos glotones interesados.

La observaban fijamente y sin murmurar palabra, nadie hablaba con el cazador antes de su partida, nadie podía ayudarle en su empresa. Muchos se sorprendieron al verla, tan menuda y a la vez segura de si misma; avanzaba con pasos salvajes y flexibles, como un depredador al acecho. No miró atrás ni dedicó sonrisas la muchedumbre. Avanzó con decisión hasta que las copas de los árboles sofocaron las lejanas luces de su hogar y el calor de la hoguera era tan solo un recuerdo agradable en su piel.

Skadi estaba familiarizada con las técnicas de caza y sabía que su punto fuerte era esconderse, esperar, acechar y dar en el punto exacto. Podía escuchar el viento y situaba con destreza a la fauna en el territorio. El olor que desprendía era muy similar al del mismo bosque: terroso, húmedo y almizcleño. A diferencia de otras jóvenes, ella había insistido en no utilizar oleos y perfumes desde que empezó a cazar para la familia. Afirmaba que los animales desconfiaban de ella, que podían olerla a mil pasos de distancia. Así, esta se había impregnado con el salvaje y exótico aroma de los bosques primigenios y sus frutos entremezclado con su propio sudor, resultando como un olor muy característico, intenso y silvestre.

Lo que ocurrió durante aquella partida de caza es todo un misterio. Rumores adornan la ocasión casi como si se tratase de una leyenda, una leyenda amarga, con un sabor agridulce. La cazadora regresó a su hogar en la plenitud de una noche de luna creciente. En su mano y apretándola fuertemente en el puño tenía una trenza de pelo rubio, cortada de raíz.